Ogro by Altea Cantarero

Ogro by Altea Cantarero

autor:Altea Cantarero [Cantarero, Altea]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Intriga
editor: ePubLibre
publicado: 2021-07-30T00:00:00+00:00


CAPÍTULO 16

LA AURORA DE SANGRE

I

En un lugar de Cuenca, 1938.

Fue la víspera de la aurora boreal de 1938. Una aurora roja, en lugar de azul o verde, como en las regiones hiperbóreas.

La sangre de los muertos en la batalla del Ebro, los muertos de la guerra, como dijo la gente del pueblo, temerosa. Pensaban que estaban asistiendo a una suerte de apocalipsis. Una especie de aura carmesí que irrumpió en poniente y atemorizó a toda la población, hasta que un vecino, que había sido marinero, la tranquilizó.

Una aurora boreal, como nunca antes ni después se volvió a ver en aquellos lares.

Úrsula nunca lo olvidaría porque sus padres, inundados por la más abrupta pena entonces, ni siquiera se molestaron en contemplar aquel fin del mundo que quedó en aurora boreal.

Para ella, Amelia, su joven hermana entonces, la guerra no existe.

Amelia vive desde hacía un año en la eterna primavera, esa que solo se siente una vez en la vida, cuando una se enamora antes de llegar a los veinte (Amelia no cuenta aún ni dieciocho) y todo está por hacer, y todo por sufrir, y el amor es un aguijón y falta de aire y azul profundo en la lengua y en el alma. Todo el tiempo, con sus noches y sus días.

Corre el año 1938 y la guerra civil española ha asolado aquel pequeño pueblo de Cuenca, como tantos otros, llevándose con ella las certezas a la par que los sueños. Republicanos y rebeldes —ahora renombrados «nacionales»—, rojos y fascistas, anarquistas, soldados o milicianos de cualquier talante, se matan y se mueren igual muertos de miedo al amanecer en las tapias de los cementerios, en las cunetas o en las trincheras mal construidas. La sangre de los cadáveres se mezcla confundida, como sucederá en aquella aurora boreal roja que nunca se repetiría.

Son tiempos de hacer agujeros secretos en las paredes encaladas para esconder cosas. Eso, la gente con suerte que tenga algo que esconder. Hambre lobuna, cartillas de racionamiento, ropa con agujeros o ninguna ropa. Tiempos en que las madres se vuelven locas, rezando con los brazos en cruz, porque no saben dónde está el destino al que envían a sus hijos a que maten entre ellos, con bandos de nombres cambiantes y generales estúpidos e impíos. Hombres que luchan en esos bandos porque les toca por zona. Algunos hasta hermanos. O padres e hijos. Con el mismo miedo, el mismo aullido del miedo en los huesos. La misma muerte trivial, cada día.

Pero Amelia es inmune a todo ello, porque se ha enamorado. Amelia tiene diecisiete años, ha hecho el amor por primera vez al alba (al tiempo que fusilan, seguro, a muchos hombres en las tapias del cementerio) con aquel muchacho moreno y nervudo, lleno de pasión y de tristeza, muerto de angustia durante cada minuto que pasa lejos del cuerpo de Amelia, de su calor adolescente. Y ningún cielo se parece, cuando nos enamoramos.

Desde que, hace dos lunas ya, Amelia ha empezado a sospechar el embarazo, sin miedo, inexplicable en su valor, ha contado a Alberto lo que acontece dentro de ella.



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